ACEUGA

Título del relato: Cronos, incluido en el libro publicado con motivo del I Premio de Narrativa Breve Villa de Madrid (2015)

«Pascual Lavajos estaba loco, así que nadie en el pueblo se preocupaba ni mucho ni poco de lo que decía, que siempre era lo mismo, con alguna que otra mínima variante desquiciada o apropiada según el interlocutor de turno.

—El Tiempo no existe; sólo existen los relojes, y vuestro miedo a perder esa ilusión tramposa.

Y a pesar de la locura comúnmente aceptada, su razonamiento seguía un curso sólido, férreo, sin fisuras ni grietas, que nadie osaba contradecir: la erosión de una incongruencia nunca podría hacer mella. Porque Pascual Lavajos estaba loco, pero razonaba bien.

—Hacedme caso, no perdáis más ese tiempo que tanto os preocupa: romped vuestros relojes y estaréis libres de la atadura del Tiempo.

Tentado por la fuerza del argumento del loco, cuando llegué a mi casa después del aperitivo con los parroquianos habituales de la taberna, me quité el reloj de pulsera, regalo de novios de mi difunta esposa, que en paz siga descansando, y a solas, sin testigos ni espectadores, le di un martillazo tan atroz que las tripas de metal del cachivache volaron por los aires, junto con algún que otro recuerdo íntimo, profundamente doloroso.

El tiempo se detuvo. Mi tiempo se detuvo.

De repente, para mí incluso inesperadamente, la campana de la iglesia dio la una, con un único golpe seco. No sé cómo pude haber esperado otra cosa: la maldita campana de la iglesia marcó la una. Entonces tomé partido silencioso e incondicional por el loco de Pascual Lavajos.

Dios, si existe, es un aguafiestas.» (Texto íntegro)

 

Título del relato: Noches imposibles, incluido en la II Antología de Relato Breve Contemporáneo (2016)

«No recuerdo cómo he llegado a esta situación, a convertirme en quien ahora soy: una mujer extraña e irreconocible, casi un enigma para los demás y también para mí misma, que aparece y desaparece de la vida de los otros; una mujer de fantasía y de pesadilla; una mujer imposible dotada de una existencia tan frágil que parece siempre a punto de desmoronarse y caer en quién sabe qué abismos de negrura y olvido. Aunque a veces pienso que tampoco es para tanto, que no debo de ser la única; sin embargo, no me acostumbro, y mis noches son inquietas. Por el día es como si nada ni nadie existiera: así de poca cosa me resultan las ambiciones y las angustias de quienes me rodean. Pero las noches revuelven todo, esas pasiones insatisfechas y los deseos a medio pronunciar, y la confusión aumenta.

Ahora este pobre diablo me pretende: es ridículo, casi repugnante; pero sé que precisamente esos atributos que decoran su vida cotidiana contribuyen en esencia a incrementar sus ansias de libertad y de posesión, sin que él mismo perciba la contradicción de estos escurridizos términos que, triste y constantemente, se le escapan. No me conoce de nada, apenas de vista, y ni siquiera le preocupan mis problemas o mis defectos, que evidentemente subestima o rechaza; pero sé que me desea, que cuando nadie le ve, a solas en su casa o en los pocos ratos libres que le quedan en su trabajo, tan gris, tan monótono y alienante, suspira por mí en silencio, con una débil, patética esperanza. No me conoce de nada, así es; en cambio yo, segura y terrible, poseo un catálogo detallado de todos y cada uno de sus pensamientos: nada puede ocultarme porque, sin saberlo, mucho menos pretenderlo o desearlo, se ha vuelto transparente: me ha dejado entrar. No existe propósito, por absurdo o pueril que sea, que consiga ocultarme. Le vigilo, y no porque me interese o me obliguen, realmente me da lo mismo y podría haber sido él o cualquier otro, sino porque no puedo dejar de hacerlo. Nuestras vidas han quedado unidas irremisiblemente por una especie de ligazón oscura y violenta cuyo final, impredecible y definitivo, lograría destrozarnos, al menos a mí, pues carezco de la solidez suficiente para resistir.

Cada noche, al apagar la luz de su mesilla de noche, después de haberse cepillado los dientes, que amarillean por el café y el tabaco, también por la edad, y puesto el pijama de rayas, muy hortera, regalo más que evidente de su aburrida esposa, el hombre se dispone a soñar conmigo: es por y para lo que vive; es lo que más desea en este mundo, que no es el mío, y que jamás podrá serlo porque no estoy preparada para ser real, para sufrir los fracasos y lamentar las pérdidas, para encarar esta continua desilusión, tal cual debe hacer él cuando despierta y ya no estoy.» (Texto íntegro)

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