Registro

Título del cuento: Cien veces, incluido por primera vez en el nº 39 (mayo 2014) de la revista mexicana de creación literaria Registro (posteriormente apareció dentro del volumen de cuentos Arquitectura del miedo).

«Ni siquiera entre todos pudieron acertar con la suma, el número exacto de veces que Quiroga había sido castigado por la señorita Dolores a lo largo del curso; y es que iban siendo muchas, quizá demasiadas, y todavía, era bien seguro, tan seguro que en el recreo ya no se hacían apuestas ni ilusiones, quedaban más: por el capricho de la profesora, que inesperadamente pareció haberle cogido manía al tarado de Quiroga, con su cara de pillo y su cuerpo más desarrollado que el resto de sus condiscípulos, lo que le daba un aire a la vez desgarbado y fiero, pero sobre todo por la insistencia insensata de Quiroga, siempre con sus bromas de mal gusto, sus impertinencias, sus deberes sin hacer, o las raras, inusuales ocasiones en que estaban hechos, todos llenos de tachones, faltas de ortografía, frases incomprensibles o respuestas delirantes, de loco o de provocador impenitente.

Aquel día volvió a suceder lo mismo de siempre. La señorita Dolores, tan estirada ella, tan elegante y severa que daba miedo pero también hipnotizaba con su vertiginosa altura de tacones sobre un trapecio y su experta mirada acusadora enmarcada por la inquisitorial negrura circular del lápiz de ojos; la señorita Dolores explicando la lección, que cada día era diferente pero que siempre sonaba igual por el tedio de la repetición y el aburrimiento de la fría, gélida abstracción: los senos, los cosenos, las tangentes y toda la artillería trigonométrica aplicada a la geometría y la topografía castigando las defensas ya rendidas de los alumnos que tenían la mente puesta, ocupada en otra parte, cerca de la diversión del fin de semana, próxima a los cuerpos tersos de las archiconocidas chicas del colegio de monjas que a la salida, después del timbre que tocaba a rebato, se convertían en otras sin necesidad de mudar sus uniformes, tan sólo con dos o tres pases mágicos que consistían en dejar caer lánguidamente los calcetines que antes amenazaban roturas de tan estirados, en subir un poco el talle de la falda para permitir que muslos y rodillas brillaran al sol, en desabrochar calculadamente los primeros botones de las inmaculadas camisas almidonadas y deshacerse con violencia de los jerséis de recatada lana fina.

Así que aquel día volvió a suceder lo mismo de siempre: la señorita Dolores explicando y ellos pasándose de punta a punta notas subidas de tono, especulando con el lugar y el momento, con el comienzo y la finalización de la locura y la pasión, imaginando escenas que sólo en una tercera parte de los casos serían verdad y colmarían las pretensiones de sus dueños. Lo mismo de todos los viernes hasta que la nota, que ya era extensa y comprometedora, alcanzó la mesa de Quiroga.» (Extracto del relato)

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